Sumida en la oscuridad de su cuarto, Eva suspiró profundamente. Había tenido un día realmente difícil: todo le había salido mal, y para colmo ahora había sido «desterrada» a su habitación sólo por haber discutido con su hermano. En un arranque de ira y frustración arrojó la almohada de su cama contra la puerta y enterró la cabeza en el edredón, pero aún así podía oír hablar a su madre y también a su hermano, que no dejaba de gimotear.
De pronto reparó en una intensa luz plateada que entraba por la ventana y se giró hacia allí: por un instante fue como si el tiempo se hubiese detenido y el murmullo.de la televisión y las voces de la familia provinieran de muy lejos. Muy despacio se bajó de la cama y comenzó a caminar por el cuarto —que ahora le resultaba desconocido bajo aquel resplandor de plata— y se arrodilló sobre una vieja silla en la que se amontonaba una pila de ropa y situada al lado de la ventana; abrió ésta y se asomó. Era una noche cálida y mágica. Soplaba una brisa fresca que se empeñaba en jugar con su pelo largo, y hasta la ciudad había adoptado una serenidad inusual: el tráfico nocturno no era más que un ruido sordo. La ventana de aquella habitación daba al sur, así que la visión era realmente espléndida: desde allí se podían ver claramente todos los tejados de las casas vecinas.
Justo enfrente, suspendida en un cielo azul ultramar que le daba un marco imponente y con una única estrella como compañía, brillaba la luna llena. Eva pidió un deseo en silencio mientras la contemplaba: resultaba extraña flotando sobre la palpitante ciudad, irradiando una magia que la hacía estremecer. Su cuerpo entonces pareció fundirse con la luz de la luna y con la tierra sobre la que se encontraba su casa para fluir con ambas, y supo que esa misma luna había brillado sobre aquel preciso lugar durante millones de años. El Tiempo se hizo visible ante sus ojos: era un brillante hilo de plata que partía de ella misma y se extendía hasta la oscuridad del pasado. Aun con los pies en la tierra, el suave roce del Tiempo despertó su conciencia. Primero le hizo ver una ciudad joven plagada de incendios causados por las bombas de la guerra y, casi inmediatamente después, un pequeño asentamiento entre dos ríos atacado por invasores que encallaban sus embarcaciones en la orilla. Las imágenes siguieron cambiando en una rápida sucesión: un reducido grupo de personas que cavaban una trinchera valiéndose de picos hechos con cuernos dieron paso a la visión de extensos bosques que desplazaban a los seres humanos, para de inmediato pasar a blancas olas de hielo que «limpiaban» la tierra. Los bosques, los ríos, los océanos y los desiertos avanzaban y se retiraban, y siempre brillaba la misma luna en el cielo. Finalmente surgió la tierra desde los océanos primitivos, y por un instante la incipiente conciencia de Eva comprendió la eternidad de la luna y su silencioso compañerismo hacia todas las formas de vida.
(Extraído del libro LUNA ROJA,de Miranda Gray. Ediciones Gaia.)
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